siervo de Dios Jerónimo Gracián

Investigación del carisma del carmelo descalzo

La Reforma del Carmelo Teresiano, fruto de una Iglesia en comunión

Sumario

  1. Con la Madre Teresa los laicos se sienten miembros vivos en la Iglesia. 1. Dª Guiomar de Ulloa. 2. Lorenzo de Cepeda.
  2. El Clero secular será imprescindible para que nazca la Reforma del Carmelo Descalzo. 1. Don Álvaro de Mendoza, Obispo de Ávila. 2. Don Julián de Ávila, el escudero de la Madre Teresa.
  3. La contribución de las Órdenes religiosas a la fundación y expansión de la Reforma del Carmelo Descalzo. 1. Franciscanos. 2. Dominicos. 3. Jesuitas. 4. Carmelitas. 5. Las órdenes contemplativas.
  4. Santa Teresa de Jesús enriquecida por la comunión de los Santos [S. Agustín, S. Benito, S. Francisco de Asís, S. Clara de Asís, S. Pedro de Alcántara, S. Domingo de Guzmán, S. Catalina de Siena, S. Ignacio de Loyola]

Al faltarle a la Madre Teresa de Jesús la ayuda de su provincial carmelita, esta obra para servicio de la Iglesia será ayudada por los diversos estados de vida eclesiales: laicos, clero secular (Obispo y presbíteros), clero regular (dominicos, franciscanos, jesuitas y carmelitas en su expansión). Será una obra del Espíritu fruto de una intensa comunión eclesial, el caminar y trabajar juntos para ayudar en aquel momento tan grave a la Iglesia para mayor gloria de Dios.

1. Con la Madre Teresa los laicos se sienten miembros vivos en la Iglesia

El Señor no solo le dará el mandato a Dª Teresa de Ahumada de que debe fundarle un monasterio, sino que la irá instruyendo en lo que debe hacer para cumplir la misión que le ha encomendado. Muchas de las diligencias que deberá llevar a término serán por medio de laicos. Con ello vemos que el Señor no sustrae a los laicos de una presencia viva y activa en el seno de la Iglesia. Y en ello están todos implicados, hombres y mujeres, pertenecientes a todas las clases sociales.

 Para la Madre Teresa los laicos no son puros receptores pasivos de la acción de los clérigos, es decir menores de edad que solo pueden recibir y nunca dar a no ser dineros para las empresas del clero, sino personas cualificadas y responsables que ella necesitará para llevar a término su obra fundacional, ante todo en tiempo de contradicción. Del servicio realizado con competencia y responsabilidad por parte de los laicos (Simón Ruíz, Roque de Huerta, Felipe II…) en bien de la Reforma, ella solo podrá dar gracias a Dios y dar testimonio de cuán útiles son los laicos en la edificación de la Iglesia.

La Madre Teresa no considerará a los bienhechores como simples seres pasivos que le dan dinero para la obra fundacional que lleva a término. Sino que los considerará personas, amadas de Dios y desde su Amor los ama. Trata siempre con sumo respeto a los laicos. Siempre optaba por el diálogo para aclarar cualquier mal entendido.

 De los laicos la Madre Teresa recibirá mucho, pero también se entregará a ellos, y procurará además de orar hacerles bien. La Madre Teresa quedará admirada de la vida de oración que Dios concede a algunos laicos (Lorenzo de Cepeda, Antonio Gaytán). Ella dedicará tiempo y esfuerzo para guiar la acción directa de la gracia, para que contribuya al máximo a su santificación, que redundará luego en obras al servicio de la Reforma. De este modo, testifica que los laicos no son meros devotos pasivos, sumisos servidores, y una de las principales fuentes de recursos materiales de la Iglesia. Sino que enriquecen a la Iglesia con su propio servicio y su vida espiritual.

Serán muchos los laicos que ayudarán a la Madre Teresa en su obra fundacional, pero nos centramos en estudiar la colaboración prestada por Guiomar de Ulloa y Lorenzo de Cepeda. Ambos por su fidelidad a la acción del Espíritu Santo, ayudaron de múltiples formas a la Madre Teresa en la fundación del monasterio de san José y a su vez se adhirieron a su persona y a su obra reformadora hasta el fin de su existencia.

  • Guiomar de Ulloa

Era una mujer rica, noble, que se casó y enviudó muy joven. Tenía una hermana y dos hijas en el monasterio de la Encarnación de Ávila. Muy posiblemente fuera en el monasterio de la Encarnación donde entraría en contacto con Dª Teresa de Ahumada, que era monja de dicho monasterio. Guiomar será para Teresa no solo una amiga, sino una verdadera hermana. Así lo reconocería Teresa a su hermano Lorenzo: «Ha más de cuatro que tenemos más estrecha amistad que puedo tener con hermana»[1].

 Guiomar hará de su casa un hogar donde se reunirán hombres y mujeres espirituales, entre ellos fray Pedro de Alcántara, Maridíaz, Gaspar Daza, Francisco de Salcedo … Muchos de ellos le ayudarán en la obra fundacional que el Señor encomendará a Teresa.

 Teresa se hospedará en muchas ocasiones en su casa siendo todavía monja de la Encarnación y de un modo permanente durante los años de 1555-1558. Mientras unos dicen que todo lo que experimenta Teresa en su interior es obra del demonio, Guiomar cree que es espíritu de Dios[2]. Ella procurará ayudarla para que pueda discernir su vida espiritual con fray Pedro de Alcántara y con el jesuita P. Prádanos.

 La colaboración que Guiomar de Ulloa prestará en la fundación del monasterio de san José será absolutamente decisiva y necesaria. Ya desde el inicio del proyecto, Teresa lo tratará con su amiga Guiomar, y ella buscará el modo de darle renta. Aguantará junto con Teresa las críticas del pueblo y la oposición de las autoridades, por la fundación del nuevo monasterio. A doña Guiomar se la puede reconocer como cofundadora del monasterio de san José, por su nombre y el de su madre Dª Alonza de Guzmán, se obtuvo la bula pontificia que permitió la erección del monasterio de san José.

 Al final de su vida, Guiomar querrá terminarla en el convento de san José, allá por el año 1578, pero lo tendrá que abandonar por falta de salud. Por su fidelidad constante a la obra fundacional de Teresa pudiéramos decir que será la primera laica en recibir y corresponder a la gracia del carisma carmelitano teresiano.

2. Lorenzo de Cepea

   Hermano de Teresa, había emigrado como sus hermanos a las Américas en busca de fortuna y la halló cuantiosa. El Espíritu Santo trabajó en el alma de Lorenzo, para que fuera desprendido de los bienes temporales y buscara la gloria de Dios. Por su parte Teresa pedirá ayuda a Dios para tener recursos económicos para llevar adelante el proyecto fundacional del monasterio de san José, ya que Guiomar no tenía renta suficiente para ayudarla. Dios moverá el corazón de Lorenzo para que ayude a su hermana con dineros para sufragar los gastos de la compra de una casa y su adecuación para monasterio.

La Madre Teresa intuye que su ayuda no será ocasional, sino constante, pues tiene su raíz en Dios. Le dirá: «Espero en Dios que, cuando haya menester de más, aunque no quiera le pondrá en el corazón que me socorra»[3].

Por su parte Teresa cumplirá lo que manda en Camino de Perfección. Orará e instará a sus monjas para que oren por Lorenzo y sus hijos, ante todo para que se cumpla «su intento de servir a nuestro Señor, y encamine lo que sea para su alma provechoso»[4].

A la muerte de su esposa, Lorenzo con sus hijos volverá a España, y se pondrá bajo la dirección espiritual de su hermana Teresa. Y le ayudará tan intensamente en la fundación de Sevilla que lo consideran fundador de la misma.

Lorenzo no será sólo un bienhechor (con dineros y trabajo) de la obra fundacional del Carmelo Teresiano, sino alguien a quien el Espíritu Santo ha derramado el mismo carisma de alta oración que a las madres y procurará vivirla con sinceridad de corazón y del mejor modo posible, siguiendo los consejos que le dará su hermana, la Madre Teresa, en todos los ámbitos de la vida.

Recibirá el don de la oración, lo cultivará y este dará fruto (comprometiéndole en la Reforma teresiana y a vivir cristianamente su vida laical). Al final de su vida se recluirá en su interior y dedicará los mejores esfuerzos a su vida espiritual, de este modo se preparará para el traspaso a la eternidad.

María de San José, priora de Sevilla, dirá de él: «Vivió y murió desde que vino en nuestro hábito y vida, aunque en su casa: por lo cual merece el nombre de carmelita, creo no es de los que menos gloria tiene, y con él se puede gloriar nuestro Carmelo como de hijo»[5].

Podemos reconocer en Guiomar de Ulloa y Lorenzo de Cepeda a dos laicos que recibieron el mismo carisma que el Espíritu derramó en Teresa de Ahumada, al poco que ella lo recibiera, es decir en 1561, convirtiéndose así los laicos doblemente en los hermanos mayores de la Orden del Carmelo Teresiano.

 La Orden del Carmelo nació de unos laicos valientes que fueron a Tierra Santa, al Monte Carmelo a vivir como eremitas y alcanzar de Dios la victoria de las huestes cristianas. Y serán de nuevo los laicos quienes llevando a término la voluntad de Dios se implicaran personalmente y con su hacienda, para que se e fundara el monasterio de san José, cuna de la Reforma del Carmelo Teresiano. 

Teresa, a lo largo de su vida fundacional, encontrará diversos miembros del clero secular que le ayudarán. Pero algunos de ellos se adherirán a su persona y a su obra fundacional de forma incondicional hasta el fin de sus días.

Nos centraremos en don Álvaro de Mendoza como miembro del episcopado y en Julián de Ávila como miembro del presbiterado. Procuraremos discernir si en ellos se puede reconocer el carisma del Carmelo Teresiano, y cómo lo encarnaron en la vida del clero secular.

4.2.1. Don Álvaro de Mendoza, Obispo de Ávila (†1586)

Pertenecía a la familia noble de los de los Condes de Rivadavia. Fue obispo de Ávila (1560-1577), en el mismo tiempo en que la Madre Teresa de Jesús por orden del Señor debía fundar un monasterio en Ávila que se llamara san José.

La decisión de poner el monasterio de san José bajo la jurisdicción del Obispo de Ávila procederá directamente del Señor. Este instruirá a la Madre Teresa cómo debe llevar a término la fundación del monasterio de san José en Ávila: «habíame dicho el Señor […] se diese la obediencia al Obispo»[6]. También se lo confirmará la Santísima Virgen: «nuestra Señora: díjome que […] creyese que lo que pretendía del monasterio se haría […], aunque la obediencia que daba no fuese a mi gusto, porque ellos nos guardarían [la Virgen María y san José], ya que su Hijo nos había prometido andar con nosotras»[7].

Tal será la fidelidad de Teresa al Señor y la confianza en su poder que mandará pedir un Breve a Roma, para fundar un monasterio reformado, y que este monasterio estuviese «bajo la obediencia y corrección del Venerable Padre en Cristo, por la gracia de Dios obispo de Ávila». Cuando llegue el Breve de Roma, se deberá ganar el favor del obispo de Ávila, don Álvaro de Mendoza, para que pueda llevarse a cabo la fundación tan deseada.

El Señor y su Madre Santísima confiaban en don Álvaro y no les defraudó. La argumentación que fray Pedro de Alcántara usó para convencer al obispo de Ávila fue «que ayudase a la pretensión de la Madre Teresa de Jesús tenía de fundar este convento, que entendía sería para mucho servicio y gloria de Nuestro Señor»[8]. Era porque sinceramente quería servir al Señor con su vida y buscaba su mayor gloria, y el bien de la Iglesia.

  Admite el monasterio de san José bajo su autoridad y protección

Después de entrevistarse con Dª Teresa de Ahumada, don Álvaro quedó totalmente mudado por nuestro Señor, pues reconoció que el Señor hablaba por medio de doña Teresa de Ahumada y «venía persuadido que por ninguna vía debía dejar de hacerse la fundación»[9].

Don Álvaro será coherente con su decisión y no flaqueará a pesar de los contratiempos en los que se verá inmersa esta fundación. Inmediatamente después de entrevistarse con doña Teresa, otorgará la licencia para la ejecución del Breve Pontificio. El convento quedará bajo la jurisdicción de don Álvaro. De este modo el 24 de agosto, día de san Bartolomé de 1562, tomarán el hábito cuatro jóvenes, se pondrá el Santísimo Sacramento y quedará hecho el monasterio de san José, cuna de la Descalcez.

Luego lo tendrá que amparar de las exigencias y reclamos de la Orden; defenderá al monasterio ante la ciudad, con lo que desbaratará la oposición radical del ayuntamiento. Y ayudara a las monjas de san José a mantenerse en el propósito de pobreza, pues las favorecerá mucho y les dará siempre pan y botica y otras muchas limosnas.

Intervendrá en la vida del monasterio cuando se lo pedirá la Madre Teresa de Jesús, luego pondrá de si lo mejor de su sabiduría y prudencia. Cabe recordar que reunió a los mejores letrados y acordaron que las monjas tuvieran libertad para consultar sus cosas del espíritu entre los letrados más sabios que hubiere y estuvieren dispuestos a ello, pues la vida de oración debe estar fundada en la verdad, y por experiencia la Madre Teresa dirá: «un buen letrado nunca me engañó»[10].

 Facilitará la expansión de la Reforma

Convencido de que la obra fundacional de Teresa era un bien para la Iglesia, la protegerá, la favorecerá siempre como cosa propia. En primer lugar facilitará que el superior General del Carmelo, el P. Rubeo, vaya a conocer personalmente a la Madre Teresa al monasterio de san José.

El P. Rubeo, como veremos, quedará prendado de la Madre Teresa y de la vida que vivían las monjas de san José, y la lanzará a fundar «tantos conventos como aquel como pelos tuviera en la cabeza». También don Álvaro le pedirá que admitiera la fundación de frailes, que vivieran el espíritu de las madres y de este modo se fortaleciera la Reforma.

Más tarde el P. Rubeo concedería patentes para fundar dos conventos de frailes contemplativos. Don Álvaro estaría actuante para facilitar la fundación de los carmelitas descalzos en Duruelo y Pastrana. Y tendría en gran aprecio a san Juan de la Cruz, ya que la Madre Teresa por lo que había entendido de Dios, «el padre fray Juan de la Cruz era una de las almas más puras y santas que Dios tenía en su Iglesia y que lo había infundido Su Majestad muy grandes riquezas de sabiduría del cielo»[11].

Don Álvaro se implicará de lleno en la obra fundacional de la Madre Teresa siempre que ella se lo requiera o la necesidad lo exigiera. En ocasiones facilitará las fundaciones consiguiendo el permiso de los Obispos para que la Madre Teresa pueda fundar, o pondrá a su disposición un coche para que ella pueda realizar la fundación. Aprovechará los sínodos de obispos a los que asistía para dar a conocer a la Madre Teresa y su obra fundacional.

Las fundaciones de Valladolid y Palencia recibieron un apoyo incondicional del buen Don Álvaro; y la de Burgos quizá hubiera naufragado sin la intervención del mismo bajo la cobertura diplomática de la intuitiva de la Madre Teresa.

  Luchará en favor de la Reforma en días aciagos

En el capítulo General de Piacenza (1575) se tomarán medidas contra los descalzos, para su ejecución tendrán el apoyo del nuevo nuncio, Felipe Sega. Para defender la obra fundacional de la Madre Teresa, don Álvaro escribirá al secretario personal de Felipe II.

Don Álvaro se compromete con otros obispos y amigos influyentes de la Santa, para que emitiendo testimonios de favor con altos elogios para la Santa y su obra, pidan la erección de una provincia de descalzos. Petición que será concedida años más tarde. Dirá la Madre Teresa de don Álvaro: «en todas las diferencias de la Orden tuvimos gran favor en él y otras muchas cosas que se ofrecieron adonde se vio claro»[12].

Don Álvaro de Mendoza, ¿primer obispo carmelita descalzo del clero secular?

Una definición de carisma, emanada de los documentos de la Iglesia: «El carisma de los fundadores se revela como una experiencia del Espíritu, transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el cuerpo de Cristo en crecimiento perenne»[13].

  Todas las dimensiones de un miembro que participa de un carisma las vemos encarnadas en don Álvaro de Mendoza. Él quedó vinculado por el Espíritu Santo a la Madre Teresa desde que habló con ella por primera vez hasta el fin de sus días. Dirá Tomás Sobrino, historiador de san José de Ávila: «El obispo echó sobre sí toda la responsabilidad de las iniciativas de la Santa, las asimiló de buen grado, y a favorecerlas dedicó tiempo y hacienda»[14].

La Madre Teresa escribía porque se lo mandaban sus confesores o sus superiores. Pero don Álvaro gustaba de leer estos escritos, para penetrarse mejor del carisma dado por el Espíritu. Gustaba de estar con las carmelitas descalzas. Quiso recibir el hábito de terciario carmelita. Cuando con lágrimas aceptó que el monasterio de san José pasara a la Orden, después de que él fuera nombrado obispo de Palencia, le hizo prometer a la Orden que, muriese la Madre Teresa donde muriese, su cuerpo lo trasladaría la Orden a Ávila. Y él se comprometía a edificar una iglesia mejor en el monasterio de san José, donde también él sería sepultado. Así fue. Pero el duque de Alba con su influencia en Roma consiguió que el cuerpo de la Madre Teresa retornara a Alba de Tormes donde murió.

Por su adhesión a la persona de santa Teresa de Jesús y a la Reforma del Carmelo, dando lo mejor de sí para su afianzamiento y su expansión hasta el fin de sus días, podemos reconocer que recibió el carisma del Carmelo teresiano. La oración de las monjas y de la misma santa Teresa de Jesús le alcanzarán grandes gracias de Dios, que serán fecundas porque él estaba abierto a la acción del Espíritu Santo. Esta oración incesante de las monjas hará que él crezca en todas las dimensiones humanas y espirituales para ser un buen pastor.

Bernardino de Melgar, un resobrino suyo[15], en 1916, es decir a más de tres siglos del traspaso de don Álvaro, escribirá: «Fué este noble y virtuosísimo prelado, además de grande amigo y protector insigne de Santa Teresa de Jesús, el propulsor tal vez de la Reforma Carmelitana; un Descalzo de todo corazón y probablemente un fraile que, sin profesar, observaba la Regla primitiva. Bajo tales supuestos, resulta el personaje teresiano de más relieve entre todos los coautores de aquella revolución que produjo la obra magna, perfecta y acabada de la esclarecida virgen avilesa»[16].

El testimonio de don Álvaro de Mendoza nos hace descubrir que hace casi cinco siglos el Espíritu Santo donó a un obispo diocesano el mismo carisma que derramaría en santa Teresa de Jesús. Este carisma le enriqueció a él como obispo secular, haciendo de él un buen pastor, amado de sus diocesanos y de sus hermanos en el episcopado.

 Así escribió el P. Gracián cuando era la persona más autorizada en la Orden: «Al ilustrísimo señor don Álvaro de Mendoza, obispo de Ávila, toda esta Orden tiene por padre y señor, y fundador de esta casa ‒San José‒ y de toda la Orden»[17].

Por su fidelidad a la acción del Espíritu Santo, don Álvaro de Mendoza contribuyó de forma necesaria al nacimiento de la Reforma del Carmelo Descalzo en la Iglesia. Todos le debemos agradecimiento a don Álvaro de Mendoza, en particular los obispos y sacerdotes, pues haría posible que se institucionalizara la oración por los ministros ordenados, alcanzándoles de Dios grandes gracias para su santificación y por la fecundidad de su ministerio apostólico.

4.2.2. Don Julián de Ávila, el escudero de la Madre Teresa  (1527.1605)

Julián de Ávila, sacerdote secular de esta ciudad, conoció a la madre Teresa poco antes de la fundación de san José. Su hermana María fue una de las cuatro postulantes heroicas que iniciaron la Reforma del Carmelo Descalzo. Después de la fundación del monasterio de san José, él mismo nos dice: «salió del monasterio nuevo de san José para ir al de la Encarnación, yendo yo por escudero y como capellán. Desde aquel día me ofrecí por tal, y lo he sido hasta ahora y [lo] seré hasta la muerte, habiéndolo ya sido al pié de cuarenta y dos años. Porque mientras vivió, después de esta primera casa hizo, la serví veinte años y la acompañé en todas las fundaciones que en su vida hizo».

Este fiel sacerdote fue un inmejorable compañero inseparable de la Madre Teresa, en todos sus trabajos fundacionales. Le acompañó en las fundaciones de Medina del Campo, Valladolid, Duruelo, Salamanca, Alba de Tormes, Segovia, Pastrana (levantamiento de la fundación), Beas de Segura, Jaén, Sevilla, Caravaca.

A Julián, la Madre Teresa le encomendaba la exploración previa de los lugares a fundar, los preparativos, la resolución de los conflictos que hubiere. Él era consciente que si podía contribuir a realizar con bien la difícil tarea encomendada se debía a las oraciones de la madre Teresa, así lo testificará en la Declaración para la beatificación de Santa Teresa de Jesús:

«No perdonaba, dice, ninguna diligencia de las que humanamente se pueden hacer, de lo cual era yo buen testigo, pues hice hartas por su mandado, y salí con algunas bien dificultosas; y con ser yo poco diligente, a ninguna cosa fui que no saliese con ella: lo cual atribuía yo más a su oración, que no a mi diligencia» (Declaración para la beatificación de Santa Teresa).

A su vez, la madre Teresa reconocía que la fidelidad de este su capellán y escudero se debía a que había recibido el mismo espíritu que ella, así lo consigna en el libro de las Fundaciones, «un clérigo muy siervo de Dios y bien desasido de todas las cosas del mundo, y de mucha oración. Era capellán en el monasterio adonde yo estaba, al cual le daba el Señor los mismos deseos que a mí, y así me ha ayudado mucho, […] Llámase Julián de Ávila»[18].

Será un sacerdote secular, dotado de un gran sentido de humor, de piedad, fidelidad, de vida de oración, lleno de entrañas de misericordia para con los pobres, que no se sentirá llamado a ingresar como fraile una vez iniciada la obra fundacional de los frailes del Carmelo Descalzo. Él pedirá el hábito de terciario, y se lo impondrá el P. Gracián.

Su fidelidad a la obra fundacional de santa Teresa de Jesús será sincera. Cuando el Arzobispo de Toledo, admirado de su santidad, prudencia, con capacidad de resolver dificultades al parecer inaccesibles, le quiso llevar para que le ayudase en su ministerio episcopal, diciéndole que conseguiría para él un episcopado, el P. Julián rechazó esta proposición porque como él confesará al final de sus días:

«Mi vocación ha sido y (en lo que Dios quiere le sirva) es en acudir a estas santas religiosas carmelitas Descalzas; plantas, aunque nuevas en la Iglesia, ya con frutos colmados. No deseo más honra, ni quiero mayores felicidades que la comunicación de estas religiosas santas; ellas me alientan en la virtud, ellas me enfervorizan en el servicio de Dios y en ellas me consuelo sumamente, viendo tan bien logrados los trabajos que en su fundación padecí, acompañando y sirviendo a la santa Fundadora».

Su testimonio en los procesos de beatificación es uno de los mejores. Escribió también una biografía de la Madre Teresa dando testimonio de lo que él vio. Se consideraba un testigo y guardián del espíritu de la Madre Teresa. Sus últimos años transcurrieron en la soledad de su casa, pero rodeado del cariño de las monjas de san José y de sus amigos. Y de innumerables visitas que querían conocer al confesor y compañero de santa Teresa de Jesús.

Hasta «los enviados franceses que vinieron en busca de carmelitas descalzas para la fundación de Paris, aprecian y valoran su presencia e incluso se hospedan en su casa, porque él -buen conocedor del espíritu de la madre fundadora- acepta con  entusiasmo la idea de extender el Carmelo Teresiano por toda Europa (1603), con mucho más entusiasmo que los frailes carmelitas descalzos, los cuales miraban con recelo la salida de España de la obra teresiana».

Murió santamente en Ávila, el 26 de febrero de 1605, y fue enterrado en la iglesia del monasterio de san José, en el suelo de la capilla del Maestro Daza[19]

4.3. La contribución de las Órdenes religiosas a la fundación y expansión de la Reforma del Carmelo Descalzo 

Podemos ver el aliento del Espíritu Santo en la colaboración sincera que miembros de otras Órdenes religiosas ofrecieron para que naciera la Reforma del Carmelo Descalzo. Después de encomendarlo a Dios, veían que era una obra en la que Dios se veía agradado y necesaria para el bien de la Iglesia.

4.3.1. Franciscanos

Antes de que Teresa conociera a fray Pedro de Alcántara, que tan decisivo sería en la fundación del monasterio de san José, la lectura de los místicos franciscanos había enriqueció su espíritu y lo hizo madurar.

El opúsculo «Arte de servir a Dios», de Fr. Alonso de Madrid, ayudará a Teresa a realizar una fina introspección y el análisis psicológico tanto de sí como de las monjas a ella encomendadas. La tercera parte del libro Abecedario Espiritual de Francisco de Osuna, se lo regaló su tío don Pedro Sánchez de Cepeda. Teresa, que no sabía cómo recogerse en oración, acogió este libro como un verdadero tesoro, ya que podría aprender sobre la oración de recogimiento. Diría en su autobiografía: «holguéme mucho con él y determinéme a seguir aquel camino con todas mis fuerzas […] comencé a tener ratos de soledad y a confesarme a menudo y comenzar aquel camino, teniendo a aquel libro por maestro»[20]. En medio de las oscuridades de su espíritu, y los desaciertos de sus confesores, recurriría al libro «Subida del Monte Sión» de Bernardino de Laredo. Teresa encontraría en él el conocimiento de las tres etapas de la vida espiritual (vías purgativa, iluminativa y unitiva). Y a través de este libro intentaría explicar lo que acontecía en su alma, para que discernieran su oración[21].

San Pedro de Alcántara (1499-1562)

El influjo más decisivo de los franciscanos en la vida y obra fundacional de Teresa será sin duda san Pedro de Alcántara. Lo conocerá en Ávila, en la casa de Dª Guiomar de Ulloa donde ella estaba hospedada. Allí en algunas ocasiones también se hospedará fray Pedro de Alcántara. Teresa le abrirá su espíritu,

«casi a los principios vi que me entendía por experiencia, que era todo lo que yo había menester. […] Este santo hombre me dio luz en todo y me lo declaró, y dijo que no tuviese pena, sino que alabase a Dios y estuviese tan cierta que era espíritu suyo, que, si no era la fe, cosa más verdadera no podía haber, ni que tanto pudiese creer»[22].

Fray Pedro de Alcántara estaba convencido de que la Madre Teresa «era una de las almas santas que Dios tenía en la Iglesia»[23]. E intentará comunicar a los demás su convicción, de modo que se convertirá en la mejor ayuda y el valimiento más seguro para Teresa ante los propios amigos de esta, ante el confesor y ante el obispo de Ávila.

Cuando Teresa recibirá el mandato del Señor de fundar un monasterio de carmelitas al modo de las descalzas que se llamase san José, después de hablar con su confesor y con su provincial, escribirá a fray Pedro de Alcántara, para preguntarle su parecer, este «aconsejónos que no lo dejásemos de hacer, y dio nos su parecer en todo»[24]. Ante todo le corroborará lo que comprendió del Señor, que funde el monasterio en pobreza…[25]

 Cuando llegue el Breve de Roma para fundar el monasterio de san José, Teresa convocará a varios de sus amigos para estudiar cómo disponer al obispo de Ávila, para que admita el monasterio bajo su jurisdicción. Entre ellos está fray Pedro de Alcántara, que en aquellos días se hallaba en Ávila. Coherente con el consejo que había dado a Teresa, de que hiciera todo de su parte para que se fundara el monasterio, él se implicará también poniendo de su parte lo que sea preciso para que este monasterio se funde. Este escribirá una carta al obispo de Ávila, en la que hace una apología de la fundadora como «una persona muy espiritual y con verdadero celo», en la que «mora el Espíritu del Señor», y le insta a «que ayudase a la pretensión que la Madre Teresa de Jesús tenía de fundar este convento, que entendía sería para mucho servicio y gloria de Nuestro Señor»[26]. Esta carta de recomendación se la hará llegar por medio del maestro Daza, Gonzalo de Aranda y Francisco de Salcedo, pero no tendrá éxito.

Más tarde, un grupo de amigos abulenses irá a visitar al obispo, residente en El Tiemblo, pero también ellos se encontrarán con la negativa de don Álvaro, cerrado en su idea de que «no convenía fundar monasterio de monjas pobre adonde había tantos que lo eran, en lugar tan pobre como Ávila».

Ante tanto fracaso, se optará por una última tentativa, el que fray Pedro de Alcántara hable personalmente con don Álvaro. Ello deberá esperar, hasta que él mejore de su enfermedad. Luego se hará llevar en «jumentillo» a tratar personalmente con el obispo en su residencia de El Tiemblo. Intentará convencerlo de que «era cosa de que Dios se agradaba» y ponderará la mucha santidad de D.ª Teresa. Al final, por la mucha autoridad moral que tenía fray Pedro de Alcántara sobre don Álvaro, lo convenció para que fuese a Ávila y «tratase con ella el dicho negocio de la fundación»[27]. Como hemos visto, de esta entrevista el obispo de Ávila don Álvaro de Mendoza tuvo la determinación firme de que se debía fundar este monasterio y ya nunca abandonará esta causa.

Teresa ya no volverá a ver con vida a fray Pedro de Alcántara, ya que moriría el 18 de octubre de aquel año. Este fraile alcantarino, con «muy lindo entendimiento»[28], ofreció para la causa de la fundación del monasterio de San José una ayuda necesaria e imprescindible, pues sin su perseverancia en implicar al obispo de Ávila, don Álvaro de Mendoza, para que admitiese la fundación, esta no hubiera tenido lugar, al menos por este medio. Fray Pedro ya en la gloria seguirá ayudando a Teresa con consejos y con el poder de su intercesión. Teresa en su autobiografía dejará consignado: «Díjome una vez el Señor que no le pedirían cosa en su nombre que no la oyese. Muchas que le he encomendado pida al Señor, las he visto cumplidas. Sea bendito por siempre, amén»[29]. Teresa escribirá un magnífico panegírico de fray Pedro de Alcántara[30].

 Si Teresa maduró espiritualmente con las lecturas de los místicos franciscanos, querrá que sus hijas también se alimenten de esta sabiduría espiritual. Por ello dejará mandado en las Constituciones, que no debían faltar los libros de fray Padre de Alcántara, refiriéndose al Tratado de la oración y meditación.

Fray Alonso Maldonado

  Otro de los frailes franciscanos que dejarán huella en Teresa será fray Alonso Maldonado. Este había misionado en las Índias (América) por espacio de diez años. Venía con cartas del comisario general de Méjico para el rey Felipe II, en que le exponía les necesidades que allí había y remedio para tantos males.

 En uno de sus viajes a Madrid (1566), se acercó a Ávila y predicó a la Madre Teresa de Jesús y a sus hijas en el monasterio de San José. Su relato impresionó vivamente a su fundadora. Ella lo describirá con fuertes trazos en el libro de las Fundaciones: «Comenzóme a contar de los muchos millones de almas que allí se perdían por falta de doctrina, e hízonos un sermón y plática animando a la penitencia, y fuese»[31].

 En  esta plática Teresa «descubrió una inmensidad de ellos que no conocían a Cristo; descubrió a una Iglesia que había que evangelizar y construir, a una Iglesia en ciernes y necesitada hasta más no poder. […] Es un descubrimiento de la nueva Iglesia de América. Hay una expansión hacia un ideal misionero, que es como una intensificación del ideal eclesial»[32].

 Le impactará de tal modo, a Teresa  tener conocimiento de la situación de las Índias, que surgirá en ella la tercera dimensión del carisma, interceder por la expansión de la Iglesia por medio de la acción misionera. Dirá Teresa:

«Yo quedé tan lastimada de la perdición de tantas almas, que no cabía en mí. […] Fuime a una ermita con hartas lágrimas. Clamaba a nuestro Señor, suplicándole diese medio cómo yo pudiese algo para ganar algún alma para su servicio, […]. Pues andando yo con esta pena tan grande, una noche, estando en oración, representóseme nuestro Señor de la manera que suele, y mostrándome mucho amor, a manera de quererme consolar, me dijo: Espera un poco, hija, y verás grandes cosas»[33].

 Será la conciencia de esta Iglesia misionera, junto con una Iglesia en lucha y divisiones, lo que determinará la expansión de su obra fundacional, realizada bajo el aliento de Cristo: «Espera un poco, hija, y verás grandes cosas»[34]. Poco tiempo después de esta habla interior, vino a Ávila el General de la Orden, el P. Juan Bautista Rubeo, ella procurará que fuese a San José, por mediación del Obispo, Don Álvaro, que accedió a ello. Este se alegrará de ver la manera de vivir de las carmelitas descalzas, verá en aquel monasterio «un retrato, aunque imperfecto, del principio de nuestra Orden»[35]. Por ello le dará patentes y la instará a fundar tantos monasterios como «pelos tenga en la cabeza»[36]

La Madre Teresa tendrá en poco todos los trabajos que le supongan estas fundaciones, con tal de que haya otro convento de carmelitas descalzas que oren para fecundar la obra de los misioneros y ayudar a la Iglesia en sus necesidades-

     4.3.2. Dominicos

La relación de la Madre Teresa con los dominicos se extiende a casi toda su vida. Ya monja de la Encarnación, cuando va a cuidar a su padre moribundo, vive uno de los momentos más bajos de su vida espiritual. Ella misma dirá en su autobiografía: «Fuile yo a curar, estando más enferma en el alma que él en el cuerpo, en muchas vanidades [conversaciones de locutorio]»[37]. Allí se encontrará con el P. Vicente Barrón, director espiritual de su padre. Este padre dominico le ayudará a volver a empezar, a retornar a la vida de oración, a recibir con mayor frecuencia la eucaristía, de este modo pondrá las bases para que un día Teresa quede renovada por la acción de la gracia.

La ayuda que recibirá la Madre Teresa de Jesús por parte de la Orden de predicadores, no es solo de discernimiento espiritual, sino de verdadero compromiso con su obra fundacional, sin más interés que se realizara la voluntad de Dios para bien de la Iglesia.

Cuando Teresa de Ahumada consultó a fray Luis Beltrán, cuya fama de santidad se había extendido por España, de si debía fundar, este se pondrá a orar y ayunar para conocer la voluntad del Señor. Luego le comunicará proféticamente:

«Agora digo, en nombre del mismo Señor, que os animéis para tan grande empresa, que él os ayudará y favorecerá. Y de su parte os certifico, que no pasará cincuenta años, que vuestra religión no sea una de las más ilustres que haya en la Iglesia de Dios»[38].

Cuando el P. Pedro Ibáñez será consultado por Dª Teresa de Ahumada de si debe fundar, después de reflexionarlo y encomendarlo a Dios, considerará que la fundación del monasterio de san José, será «muy en servicio de Dios, y que no había de dejar de hacerse. Y así nos respondió nos diésemos prisa a concluirlo, y dijo la manera y traza que se había de tener; y aunque la hacienda era poca, que algo se había de fiar de Dios; que quien lo contradijese fuese a él, que él respondería. Y así siempre nos ayudó»[39]. Se implicará en conseguir el Breve de Roma.

 La fundación del monasterio de san José generó un gran revuelo en la ciudad de Ávila. Él único que defendió este monasterio ante todos fue el dominico Domingo Báñez. Su defensa será crucial para que siga adelante el monasterio de san José. Este es el relato que nos da santa Teresa de Jesús: «Hicieron juntar todas las Órdenes para que digan su parecer, de cada una dos letrados. Unos callaban, otros condenaban; en fin, concluyeron que luego se deshiciese. Sólo un Presentado de la Orden de Santo Domingo, [el P. Domingo Báñez] aunque era contrario -no del monasterio, sino de que fuese pobre-, dijo que no era cosa que así se había de deshacer, que se mirase bien, que tiempo había para ello, que éste era caso del Obispo, o cosas de este arte, que hizo mucho provecho»[40].

De defensor de la obra fundacional, el P. Domingo Báñez pasaría a ser el confesor de la Madre Teresa. Él le dará licencia para escribir Camino de Perfección. Años más tarde será el censor del libro de la Vida, defendiendo el buen espíritu de la Madre Teresa de Jesús. Será también su consejero, y le hará comprender que en lugares pequeños no podía fundar sin renta, que ello no impediría la santidad de sus monjas.

El dominico fray García de Toledo fue su confesor, y por el cual tanto intercedió la Madre Teresa, pues lo «quería muy bueno»[41]. Al final, se convertirá en un auténtico místico. A él se le debe que mandara a la Madre Teresa de Jesús, que «pusiera por escrito los trabajos de su alma, sin ocultar ninguna de las maravillas que Dios había obrado en ella, ni los fenómenos de la vida de oración, con que la había regalado». Este fue el origen histórico del libro de la Vida, uno de los libros más importante de santa Teresa, sin el cual no se puede comprender la doctrina espiritual que expone en sus otros libros.

Habrá otros frailes dominicos que le ayudarán en su obra fundacional. El más importante será fray Pedro Fernández. Este será visitador de calzados y descalzos. Procurará que la Madre Teresa sea priora de la Encarnación y accederá a que sea ayudada por fray Juan de la Cruz como confesor de las monjas. Aunque era enemigo de fundaciones, dará licencia a todas las fundaciones que la Madre Teresa le pedirá (Salamanca, Segovia y Beas).

No intervendrá en la vida de las carmelitas descalzas sin antes consultarlo con la Madre Teresa. De este modo no solo contribuirá a la dilatación de la Reforma del Carmelo Descalzo, sino que también le dará legitimación jurídica a la obra teresiana. Cuando Teresa supo que Felipe II nombró al P. Pedro Fernández para negociar ante la Santa Sede una provincia separada para los descalzos, la Santa comenta: «Viendo yo que el Rey le había nombrado, di el asunto por acabado, como por la misericordia de Dios lo está»[42]. Luego será nombrado Comisario para que presida el capítulo de separación. Pero moriría poco después. Será otro dominico el que lo lleve a término.

 Fray Juan de las Cuevas será quien presidirá el Capítulo de Alcalá, en el que se creará una provincia separada para los carmelitas descalzos, aunque bajo el Prior General de la Orden del Carmelo. A este dominico junto con el P. Gracián se le deben las Constituciones de los descalzos y las descalzas.

Santa Teresa dejará mandado en las Constituciones que la priora tenga cuenta de que haya buenos libros, «porque es en parte tan necesario el mantenimiento para el alma, como comer para el cuerpo»[43]. Entre ellos indicará que no pueden faltar los libros del dominico fray Luis de Granada

 4.3.3. Jesuitas

A los pocos meses de que los jesuitas se establecieron en Ávila, Dª Teresa de Ahumada se relacionará con ellos a instancias de don Francisco de Salcedo, pariente suyo. Este le recomienda que se confiese con los padres de la Compañía, ya que son gente espiritual, y le pueden ayudar a discernir su espíritu. Ya que este pariente, los clérigos Gaspar Daza y Aranda creían que Teresa estaba engañada por el espíritu del mal, ya que consideraban que las experiencias espirituales que ella refería tener solo las recibían personas con gran santidad de vida. Hacer este diagnóstico era muy peligroso en los tiempos de Teresa pues podía ser denunciada a la Inquisición.

En cambio, los confesores jesuitas (P. Cetina, P. Prádanos, P. Baltasar Álvarez), que discernirán el espíritu de Teresa, aplicándole las Reglas del discernimiento de los espíritus, que habían aprendido en el libro de los Ejercicios espirituales del P. Ignacio de Loyola, le ayudarán a comprender que los fenómenos que experimentaba no eran causados por su imaginación, ni por su deseo de engañar, tampoco eran obra del demonio, sino de Dios y de su Espíritu. Lo mismo le reafirmaría el P. Francisco de Borja.

A su vez los confesores jesuitas le enseñarán a meditar en la Pasión de Cristo, a vivir de forma mortificada, a invocar al Espíritu Santo, para que le dé luz sobre su vida. Y la recibirá, «Ya no quiero que tengas conversación con hombres, sino con ángeles»[44]. Esta habla interior preñada de gracia curará su dependencia afectiva. A partir de entonces no dejará de progresar espiritualmente bajo el influjo de las gracias que Dios le concederá en abundancia y que serán discernidas por los confesores.

Entre los sacerdotes jesuitas, el P. Baltasar Álvarez será el más vinculado a Teresa. Deberá dirigirla espiritualmente cuando su vida mística es exuberante. Para ello leía y estudiaba para dirigirla bien. Hablando con el P. Ribera, este padre le dijo: «Todos estos libros leí yo, para entender a Teresa de Jesús». Del P. Baltasar dirá Teresa: «Yo, como traía tanto miedo, obedecíale en todo, aunque imperfectamente, que harto pasó conmigo tres años y más, que me confesó, con estos trabajos; porque en grandes persecuciones que tuve, […] venían a él y era culpado por mí, estando él sin ninguna culpa. Fuera imposible, si no tuviera tanta santidad -y el Señor que le animaba- poder sufrir tanto»[45],

 Serán legión los sacerdotes jesuitas que ayudarán a Teresa a discernir su vida espiritual y la guiarán en la oración y en la devoción a la humanidad de Cristo. Al final de su vida afirmará de sí misma: «la Compañía la ha criado y dado el ser»[46]. Serán muy numerosos los elogios a los jesuitas que Teresa dejará consignados en sus escritos. Este es uno de ellos:

«De los de la Orden de este Padre, que es la Compañía de Jesús, toda la Orden junta he visto grandes cosas: vilos en el cielo con banderas blancas en las manos algunas veces, y, como digo, otras cosas he visto de ellos de mucha admiración; y así tengo esta Orden en gran veneración, porque los he tratado mucho y veo conforma su vida con lo que el Señor me ha dado de ellos a entender»[47].

 En la fundación del monasterio de san José, el P. Baltasar Álvarez, entonces su confesor, no le servirá de ayuda. Cuando Teresa le da noticia de la locución interior de Cristo que la manda fundar un monasterio que llevará el nombre de san José, el padre Álvarez la remite a su superior[48]. Cuando el Provincial del Carmelo le retira su apoyo, le prohíbe entender más en la fundación. La venida de Gaspar de Salazar como superior de la casa de los jesuitas de Ávila instará al P. Baltasar Álvarez para que permita a Teresa reanudar las negociaciones para la fundación del monasterio de san José.

 Si bien Teresa no recibió ayuda de los jesuitas en la primera fundación, sí la recibirá en la fundación de otros monasterios. Le ayudarán a encontrar casas donde fundar (Medina del Campo). En la fundación de Salamanca, el P. Gutiérrez envía a los estudiantes a preparar la fundación salmantina. Le animarán a hacer las fundaciones de Palencia y de Burgos. Su reconocimiento por la ayuda recibida de los jesuitas en sus agobios fundacionales es reiterada y llena de sinceridad[49].

 Uno de los mayores servicios de la Compañía a la Reforma teresiana, será la de encauzar «a lo largo de todo el siglo XVI […] las mejores y más selectas vocaciones para los monasterios de la Reforma»[50]. Teresa valoraba mucho estas vocaciones pues los jesuitas les ponían los fundamentos de una sólida vida de oración, como le ayudaron a ella.

 Teresa veneraba a los padres de la Compañía, y les agradecía los desvelos que habían tenido con ella para ayudarla espiritualmente y en su obra fundacional. A su vez estos se enriquecerán con el trato espiritual con la Madre Teresa, de la que da un sentido testimonio el P. Francisco Ribera que la había confesado, y que se encargó de recoger datos de primera mano para publicar su biografía. Al final de esta primera biografía sobre la Madre Teresa dirá:

«Deseado he que no se pierda memoria de tus gloriosas obras, y para esto he hecho todas las diligencias que me ha sido posible, para que seas conocida, alabada e imitada, […] Perdona la cortedad de mi ingenio y la pobreza de mis palabras, pues la voluntad de servirte, sabes que no ha sido nada corta ni pobre. Y pues el Señor en esta vida me hizo tanto bien que yo te conociese, y tú me quisieses bien, y tomases cuidado de encomendarme a Su Majestad: alcanzándome de Él lo que te he suplicado y nunca te descuides de este miserable hijo tuyo, que tan entrañablemente te ama, hasta que por tus merecimientos, llegue a la bienaventurada vista de Nuestro Criador y Señor»[51].

 La biografía que escribirá el P. Francisco de Ribera sobre la vida de la Madre Teresa de Jesús, vio la luz en Salamanca en 1590. Prontamente sería traducida al francés y al italiano y luego a otros seis idiomas, además de ser reeditada muchas veces. Esta protobiografía se convertiría en un medio eficacísimo para el conocimiento en Europa de santa Teresa de Jesús. De este modo, por medio de un miembro de la Compañía de Jesús, Teresa será prontamente presentada al mundo. A otro jesuita, el P. Ripalda, se le debe el relato de las Fundaciones. Luego numerosos padres de la Compañía prestarán declaración en los procesos de beatificación y de canonización.

 Escribirá el jesuita Enrique Jorge Pardo: «En la Compañía de Jesús, desde el siglo XVI, se ama y se venera con especial predilección a la virgen reformadora del Carmelo, Santa Teresa de Jesús. Esta entrañable tradición no ha sido nunca interrumpida ni entibiada, sino que al contrario, con el correr de los años y el progreso de los estudios en las fuentes teresianas, se ha venido beneficiando y acreciendo hasta nuestros días» [52].   Él mismo contribuirá a ello. Durante veinticinco años (1950-1974), santa Teresa de Jesús será el tema de treinta y tres de sus escritos[53]. La mayor parte de ellos publicados en la revista Manresa, de espiritualidad ignaciana.

4.3.4. Carmelitas

El día de las ánimas de 1535 Teresa de Ahumada tomaba el hábito del carmen. De este modo entraba a formar parte de la Orden del Carmen en el monasterio de la Encarnación de Ávila. En el convento aprenderá las ceremonias propias de la Orden, su rezo propio, sus tradiciones. Las exhortaciones capitulares, las lecturas del refectorio, las confesiones con sacerdotes carmelitas, todo ello la irá configurando como carmelita bajo el impulso del Espíritu.

Con las citas esparcidas en los escritos de Teresa referidos al Carmelo, se podría elaborar un libro de espiritualidad carmelita, mostrando con ello cómo el espíritu del Carmelo brotaba espontáneamente de su alma.

Teresa aprendió a amar y a honrar en su hogar a la Santísima Virgen de un modo totalmente filial. De ello da testimonio en el inicio del libro de su Vida: «con el cuidado que mi madre tenía de hacernos rezar y ponernos en ser devotos de nuestra Señora»[54]. Devoción que ella interiorizará, ya que al morir su madre, «afligida fuime a una imagen de nuestra Señora y supliquéla fuese mi madre, con muchas lágrimas»[55]

 Pero en el Carmelo asumirá su espiritualidad mariana. María es la Señora del lugar, toda la Orden le pertenece. Los carmelitas se consagran a su servicio, confiando que Ella velará por cada uno de ellos. Por ello antes de tomar posesión del cargo de priora de la Encarnación, Teresa pondrá la imagen de Ntra Señora en el sitial de la priora, pues ella es la verdadera priora de la Orden. Más tarde en una visión, la Virgen le dirá: «Bien acertaste en ponerme aquí; yo estaré presente a las alabanzas que hicieren a mi Hijo, y se las presentaré»[56].

Cuando Teresa funda el monasterio de san José, con todos los contratiempos que tuvo que soportar y superar, su único anhelo era porque aquella obra «era para servicio del Señor y honra del hábito de su gloriosa Madre, que estas sean mis ansias»[57]. O «sea para gloria y honor de Dios y servicio de su sacratísima Madre, Patrona y Señora nuestra, cuyo hábito yo tengo, aunque harto indigna de él»[58]. Estas son algunas de las citas que corroboran que Teresa se siente totalmente identificada con el carisma del Carmelo, es el respirar de su alma.

Por parte del Carmelo, no recibirá ayuda en la fundación del monasterio de san José, pero sí en la expansión de la Reforma del Carmelo Descalzo. Quien se la proporcionará será el Prior General de la Orden, el P. Juan Bautista Rubeo, que trabajaba ardientemente en la reforma de la Orden, introduciendo la reforma de Trento.

En su visita a Ávila, el General de la Orden a instancias de don Álvaro visitará el monasterio de san José. La Madre Teresa de Jesús dará al P. Rubeo cuenta «con toda verdad y llaneza»[59], tanto de su vida como de su llamamiento a fundar el monasterio de San José. Éste se alegrará de ver la manera de vivir de las carmelitas descalzas, vislumbrará en aquel monasterio «un retrato, aunque imperfecto, del principio de nuestra Orden»[60].

Será el mismo General, quién deseará que aquella casa de experiencia que era San José se multiplicara. Ya que consideraba que era deber sagrado la expansión de su familia religiosa. Y le dirá a la Madre Teresa «que hiciese tantos monasterios cuantos pelos tenía en la cabeza»[61].

Nos dice la Madre Teresa: «Y con la voluntad que tenía de que fuese muy adelante este principio, diome muy cumplidas patentes para que se hiciesen más monasterios, con censuras para que ningún provincial me pudiese ir a la mano»[62]. En la patente que le dará el padre Rubeo, las pondrá bajo su obediencia inmediata. Ya que «era firme su voluntad de mantener este movimiento de reforma en el seno de la Orden, decretando «Los monasterios estén debaxo de nuestra obediençia, que de otra manera no entendemos que esta nuestra concesión sea de algún valor”»[63].

 Cada monasterio que fundare la Madre Teresa, podrá tomar dos monjas del monasterio de la Encarnación de Ávila, las que quisieren ir, y no otras, pero no podrá impedírselo ni el provincial ni la priora[64].

Gracias a estas patentes, y al personal que le proporcionará el monasterio de la Encarnación, será posible que a partir de este momento se inicie la cascada de fundaciones: Medina del Campo (1567), Malagón y Valladolid (1568), Toledo y Pastrana (1569) Salamanca (1570), Alba de Tormes (1571), Segovia (1574), Beas y Sevilla (1575), Caravaca (1576), Villanueva de la Jara y Palencia (1580), Soria (1581), Granada y Burgos (1582). También admitirá la fundación de dos conventos de frailes carmelitas descalzos contemplativos. De este modo a través del P. Rubeo General de la Orden, se hizo realidad la promesa que le hizo el Señor «Espera un poco, hija, y verás grandes cosas»[65]. Mucho más de lo que nunca Teresa pudo imaginar.

La admiración que el padre Rubeo tenía por la Madre Teresa de Jesús, no tenía límites: «Doy infinitas gracias a la Divina Majestad de tanto favor concedido a esta religión por la diligencia y bondad de nuestra Rvda. Teresa de Jesús. Ella hace más provecho a la Orden que todos los frailes carmelitas de España. Dios le de largos años de vida… Por amor de Dios nos encomiende a las oraciones de todas las monjas benditas de aquella Casa, habitación de ángeles…»[66] Dos años después, al nombrarla, aún exclamaba incontenible que era una «piedra muy de ser preciada, por ser preciosa y amiga de Dios»[67].

El P. Rubeo de todo corazón protegió y fomentó la obra de santa Teresa de Jesús; si alguna vez obró enérgicamente contra ella, lo hizo por informaciones tendenciosas y también porque no todas las cosas se hicieron bien. Muy posiblemente que, sin el aliento y la protección del P. Rubeo, la Reforma del Carmelo Descalzo hubiera podido quedar confinado dentro de las murallas de la ciudad de Ávila.

  Los carmelitas siempre han manifestado su amor a su hermana santa Teresa de Jesús «contándola entre las figuras más eminentes de la Orden. La división posterior de las dos ramas no aminoró su estima. Al fin la obra teresiana no hizo más que vigorizar el espíritu del Carmelo, la Orden de María»[68].

4.3.5. Las órdenes contemplativas

      Entre 1560 y 1563 Felipe II, alarmado por el sesgo que la política y las disensiones religiosas tomaban en Francia, país vecino, recurrió en diversas ocasiones a los conventos españoles pidiendo oraciones.

   «Bien sabéis el estado en que se hallan las cosas de nuestra religión christiana y los que se han descuidado de ella en tantas provincias y lo que por nuestra parte se ha hecho, procurando por todas las vías que ha sido posible el remedio de ello; y especialmente en lo de Francia, que es tan vecina a estos reynos, y comoquiera que esperamos en nuestro Señor que por medio del S° Concilio que está ayuntado en Trento tendrá buen suceso; porque principalmente ha de venir de la mano de Dios, cuya es la causa; os encargamos mucho proveáis que en todos los monasterios de religiosos y religiosas de vuestra Orden se tenga especial cuidado de hacer oraciones y plegarias, pidiendo a Dios nuestro Señor con toda eficacia por la unión de dicha religión, por la obediencia de la Sede Apostólica e Iglesia Romana… y a los que se obieren desviado della en qualquier manera, los restituya al verdadero conocimiento… y se proveya lo que conviene al bien universal de la Christiandad… y que en dichos monesterios… se hagan procesiones, como se han hecho otras veces, en especial el año pasado de 60…»[69]

    Los monjes y las monjas de las diversas Órdenes religiosas presentes en España en el siglo XVI, secundaron las peticiones de oración del rey Felipe II, o a través de las informaciones que les llegaban por otras vías, que les instaban a orar, para que Dios pusiera remedio a aquella gravísima situación.

     Esta oración fue acogida benignamente por el Señor, e instó a Dª Teresa de Ahumada a fundar el monasterio de san José de Ávila, cuna de la Reforma del Carmelo Descalzo, que encarnaría nuevas virtualidades del carisma del Carmelo, entre ellas la lucha espiritual para desactivar las estrategias del espíritu del mal, y alcanzar por Jesucristo la misericordia de Dios para su Iglesia, según sus necesidades.

 La generosidad y el testimonio de las monjas clarisas

  De las diversas monjas contemplativas existentes en Ávila o en otras partes de Castilla, Teresa hace mención explícita de las clarisas. Como hemos visto, durante el discernimiento de si debía fundar, tuvo una visión de santa Clara que la alentaba a ello y le prometió que le ayudaría. Esta promesa se convertiría en realidad: «ha salido tan verdad, que un monasterio de monjas de su Orden que está cerca de éste [las Gordillas], nos ayuda a sustentar; y lo que ha sido más, que poco a poco trajo este deseo mío a tanta perfección, que en la pobreza que la bienaventurada Santa tenía en su casa, se tiene en ésta»[70].

 No será la única ocasión que experimentará ayuda por parte de las hijas de san Francisco y de santa Clara. Procurando establecer una fundación en Salamanca, «unas monjas que estaban junto, que pensamos les pesara mucho, nos prestaron ropa para las compañeras que habían de venir y nos enviaron limosna. Llamábase Santa Isabel, y todo el tiempo que estuvimos en aquélla nos hicieron harto buenas obras y limosnas»[71].

Será un bien mutuo, una hija de santa Clara del convento de las Gordillas de Ávila, lectora, imitadora y propagandista de santa Teresa, declaró en 1610 en el Proceso de Ávila de la Santa. En él dirá que los libros de su Vida, Camino de Perfección y Las Moradas de santa Teresa, los ha «leído una o dos veces con particular atención y devoción, y que su lección ha sido de grande provecho. […] se animaba en los trabajos que tiene dichos a sufrirlos con paciencia por amor de nuestro Señor, con deseo de imitar a dicha Santa»[72]. En esta declaración contaba también, «la fiesta y el regocijo que tuvieron en su convento cuando comenzó el Proceso de la Santa en Ávila. Tan grande fue el regocijo como si la Santa hubiera sido franciscana, repicando en “aquella sazón y por muy largo espacio las campanas de dicho monasterio”»[73].

4.4. Santa Teresa de Jesús enriquecida por la comunión de los Santos

 

Teresa de Jesús no sólo recibirá la ayuda de laicos, del clero secular y de distintas órdenes religiosas para fundar la Reforma del Carmelo Descalzo (dominicos, carmelitas, jesuitas, franciscanos), sino que el Espíritu Santo le hará participar de la pujanza espiritual y de la sabiduría de los grandes fundadores de Órdenes contemplativas.

El P. Arintero, gran eclesiólogo, decía: «Los santos […] revierten sobre la Iglesia la santidad que de ella reciben; y en proporción con su misma santidad, derivan de santificados en santificadores, desbordando sobre los otros fieles, comiembros suyos, y sobre todo el organismo viviente de la Iglesia, la pujanza a que ha llegado su espíritu»[74].

  San Agustín

  Teresa que se educó entre sus hijas, donde pudo discernir su opción de vida de consagrarse a Dios en el Carmelo. El libro de las Confesiones será luz en un momento crucial de su existencia. Por san Agustín, Teresa es consciente de la posibilidad real de una verdadera conversión a Dios, a pesar de su falta de correspondencia a la gracia.

San Benito

De Benito de Nursia, heredará desde la comunión de los santos, el dirigirse a Dios con gran reverencia y, en la oración conformar la mente a los labios, así como la sabiduría para organizar la vida de las carmelitas descalzas.

San Francisco, Santa Clara y  San Pedro de Alcántara

Como ya hemos visto, Teresa tendrá una visión de santa Clara, cuando se debate si debe fundar o no. En ello constatamos que esta obra del Señor, los Santos colaboran según su carisma, que es la riqueza que conservan, para ayudar a que Teresa lo lleve a cabo:

«El día de Santa Clara, yendo a comulgar, se me apareció con mucha hermosura. Díjome que me esforzase y fuese adelante en lo comenzado, que ella me ayudaría. Yo la tomé gran devoción. y ha salido tan verdad, que un monasterio de monjas de su Orden que está cerca de éste, nos ayuda a sustentar; y lo que ha sido más, que poco a poco trajo este deseo mío a tanta perfección, que en la pobreza que la bienaventurada Santa tenía en su casa, se tiene en ésta, […] Y más hace el Señor, y debe por ventura ser por ruegos de esta bendita Santa, que sin demanda ninguna nos provee Su Majestad muy cumplidamente lo necesario. Sea bendito por todo, amén.»[75].

 De santa Clara y de san Pedro de Alcántara recibirá la determinación de fundar en pobreza, para liberarse de la tiranía de algunos patrones, e intercederá a Dios por la Iglesia no desde la saciedad de bienes, como dice el salmista[76], sino desde una vida pobre como la de Jesús. Dirá José Vicente Rodríguez, «Teresa de Ávila y Clara de Asís […] fueron compañeras de viajes. Los siglos intermedios que las separan habían desaparecido entre ellas». [77]

Como corolario de esta hermandad espiritual entre la familia franciscana y la  carmelita teresiana, Teresa morirá el día de san Francisco de 1582. En este mismo día en Valladolid, una carmelita descalza tuvo una visión, que no revelaría hasta veintiocho años más tarde: «Estando en la ropería, […] vi a la santa Madre con el glorioso padre San Francisco en el cielo, de cuya vista sintió mi alma grandes gozo y consuelo»[78].

Santo Domingo de Guzmán

Los frailes dominicos que tan firmemente apoyaron a la Madre Teresa de Jesús en su obra fundacional, lo hacían porque consideraban que sería para mayor gloria de Dios, pero ignoraban que en la Madre Teresa se institucionalizaba la oración intercesora por los sacerdotes de su hermana santa Catalina de Siena. Quien no lo ignoraba era el cielo.

Cuando Madre Teresa ya llevaba doce años fundando, al fundar la fundación de Segovia, fue a visitar la cueva de santo Domingo de Guzmán, que se halla en esta ciudad.  Nos dice un historiador de la Orden de Santo Domingo:

«Entre los que vinieron a esta estación fue la santa Madre Teresa de Jesús, y hallándose en la cueva, en una revelación, vio al bendito padre santo Domingo, el cual la consoló diciendo: “Tened hermana mía mucho cuidado de mi Orden, que yo la tengo e terné de la vuestra”. Todo esto dixo la sierva de Dios al padre fray Domingo Bañez y al padre fray Diego Yanguas, que fueron sus confesores»[79].

Santa Catalina de Siena

De santa Catalina de Siena recibirá el don de orar constantemente por la Iglesia, en particular por los sacerdotes, decisión que se convertirá en Teresa de Jesús en algo institucional. De este modo en santa Teresa de Jesús se cumpliría la promesa que el Padre eterno había hecho a Catalina de Siena dos siglos antes, de que quería ejercer misericordia a favor de los sacerdotes si había quien «con afecto de caridad y santa oración, de ponerles vestido nuevo y lavar sus inmundicias con lágrimas y gran deseo de que yo, en mi bondad, les vista de nuevo de la caridad»[80].

San Ignacio de Loyola

No tenemos una revelación semejante sobre san Ignacio de Loyola a la que nos cuenta la historiografía de la Orden dominicana sobre la protección celestial de santo Domingo de Guzmán sobre la Orden del Carmen Descalzo. Pero podemos intuir que de forma análoga san Ignacio desde el cielo protegía y alentaba a sus hijos a que cuidaran de la vida espiritual de Teresa y luego le ayudaran en la expansión de la Reforma, pues era crucial para la fecundidad de la obra apostólica de sus hijos. Ya que las otras órdenes contaban con la rama contemplativa que rezaba por la fecundidad de la labor apostólica de la rama masculina, como era el caso de los franciscanos, o de los dominicos. En cambio, la Compañía de Jesús no tiene la rama contemplativa, y esta es necesaria para la fecundidad de la obra apostólica.

La Reforma del Carmelo Descalzo nacerá en el mismo contexto eclesial que la Compañía de Jesús, hacer frente al gran desafío que la reforma protestante significaba y significa para la Iglesia católica. A la vez que los jesuitas como confesores guiaban su espíritu, le hacían partícipe de la grave situación en la que se encontraba la Iglesia católica en el centro de Europa.

La Madre Teresa y sus monjas con sus oraciones fecundarán la ardua recatolización de Alemania, Austria, Polonia…, llevada a cabo principalmente por los jesuitas. Con razón decía santa Teresa: «Más hará uno perfecto que muchos que no lo estén»[81]. Este es sin duda será san Pedro Canisius, contemporáneo de ella y por ello beneficiario directo de sus oraciones. A su múltiple labor apostólica, el catolicismo se mantuvo y refloreció en las regiones por él evangelizadas. El descenso de la expansión protestante coincide con el principio de su apostolado. O las ardientes oraciones de Teresa por la evangelización de América, pudieron contribuir a hacer fecunda la obra misional jesuítica.

Los Jesuitas ayudaron a Teresa en su vida espiritual o en su obra fundacional, como la debieran haber ayudado los frailes carmelitas descalzos si estos hubieran existido antes que las monjas.


[1] Cta. A Lorenzo de Cepeda, 23.12.1561, 3.

[2] Cf. V 30, 3.

[3] Cta.  A Lorenzo de Cepeda, 23.12.1561, 15.

[4] Cta.  A Lorenzo de Cepeda, 17.1.1570, 1.

[5] María de San José, Libro de Recreaciones, en Humor y espiritualidad, Monte Carmelo, Burgos 1982, 262.

[6] V 33, 16.

[7] V 33, 14.

[8] Declaración de Petronila Bautista, BMC XIX, 581.

[9] Declaración de don Juan Carrillo, en BMC XVIII, 389.

[10] V 5, 3.

[11] Cf. Ana de San Alberto, BMC, XIV, 397. Catalina de Jesús, en ms. 2838, fol. 77v.

[12] F Epílogo, 2.

[13] Mutua Relationes, (14.5.1978), n. 11.

[14] Tomás Sobrino, San José de Ávila. Historia de su fundación, Ávila 1997, 72.

[15] Doña María de Mendoza, hermana de don Álvaro, era la treceabuela de Bernardino de Melgar.

[16] Bernardino Melgar, “Otro autógrafo epistolar inédito de santa Teresa de Jesús”, Boletín de la Real Academia de la Historia, vol. LXVIII/1, enero-abril 1916, p. 606. 

[17] Autógrafo de 31 de agosto de 1577: Estipulaciones para el cambio de jurisdicción del obispo a la Orden, cfr. CB núm. 420.

[18] F 3, 2.

[19] Para seguir estudiando este personaje se puede consultar: –     Julián de Ávila “Recuerdos de la vida y fundaciones de la Madre Teresa de Jesús”, Espiritualidad, Madrid 2013, Colección Fuentes Carmelitas.

-P. Gerardo de San Juan de la Cruz, OCD, “Vida del Maestro Julián de Ávila, Terciario Carmelita, Confesor y compañero de Santa Teresa de Jesús en sus fundaciones”, Toledo, Imprenta de la Viuda é hijos de J. Peláez, 1915.

-L. Vázquez: «Memoria ilustre y piadosa del venerable padre Julián de Ávila«, manuscrito del Carmelo de Alba.

[20] V 4, 7.

[21] Cf. V 32, 12.

[22] V 30, 4-5.

[23] BMC 20, 115.

[24] V 32, 13.

[25] Cf. V 35, 5-6.

[26] Declaración de Petronila Bautista, BMC XIX, 581.

[27] Declaración de don Juan Carrillo, BMC XVIII, 389

[28] V 27, 18.

[29] V 27, 20.

[30] Cf. V 27, 16-20.

[31] F 1, 7.

[32] Mauricio Martín del Blanco, Teresa de Jesús. En la realidad de nuestro barro, Monte Carmelo, Burgos 1982, 172.

[33] F 1, 7-8.

[34] F 1, 8.

[35] F 2, 2-3.

[36] BMC 18, 8.

[37] V 7, 14.

[38] Ello lo testifica Fr. Vicente Justiniano Antist, primer biógrafo y contemporáneo del san Luis Beltrán en verdadera relación de la vida y muerte del Padre Fr. Luis Beltrán, Adiciones, Trat. II, cap. VI. Citado por el P. Francisco de Ribera, Vida de santa Teresa de Jesús, 155.

[39] V 32, 17.

[40] V 36, 15.

[41] V 34, 8.

[42] F 28,6.

[43] Cons. 8.

[44] V 24, 5.

[45] V 28, 15-16.

[46] Cta. A P. Pablo Hernández, 4.10.1578, 10.

[47] V 38, 15.

[48] Cf. V 32, 13.

[49] Cf. F 27, 1.

[50] Enrique Jorge Pardo SI, «Santa Teresa de Ávila y la Compañía de Jesús en el siglo XVI», Razón y Fe, 778/166 (noviembre 1962) 293-306, (301).

[51] Francisco de Ribera, «Vida de Santa Teresa de Jesús», 566.

[52] Enrique Jorge Pardo «Santa Teresa de Ávila y la Compañía de Jesús en el siglo XVI», 305.

[53] Félix Rodríguez, «Santa Teresa de Jesús y sus consejeros jesuitas», Manresa, 59/232 (1987) 309-311.

[54] V 1,1.

[55] V 1,7.

[56] Rel 25.

[57] V 36, 6.

[58] C prólogo.

[59] F 2,2.

[60] F 2, 3.

[61] BMC 18, 8.

[62] F 2,3.

[63] Citado por Otger Steggink, Arraigo e innovación en Teresa de Jesús, BAC, Madrid 1976, 171.

[64] En realidad saldrán más de dos «por cada monasterio». De hecho la aportación que realizarán las monjas de la Encarnación a la Reforma iniciada por la Madre Teresa será de gran valor. Aportará 22 monjas.

[65] F 1, 8.

[66] BMC 18, 339.

[67] BMC 18, 338.

[68] Fortunato Antolín, «Carmelitas calzados», Teresa de Jesús, 31 (1988) 10-15 (15).

[69] Citado por Tomás Álvarez, Santa Teresa y la Iglesia, Monte Carmelo, Burgos, 1980, 83.

[70] V 33, 13.

[71] F 19, 4.

[72] BMC 19, 354. 

[73] Cf. BMC 19, 356.

[74] Marcelino Llamera, Los Santos en la vida de la Iglesia, San Esteban, Salamanca 1992, 14.

[75] V 33, 13.

[76] Salm 56, 12.

[77] José Vicente Rodríguez, “Franciscanos”, Teresa de Jesús, 28(1987) 13-18 (18).

[78] Efrén de la  Madre de Dios y Otger Steggink, Tiempo y vida de Santa Teresa, Madrid, BAC 1968, 986.

[79] Lázaro Sastre OP, «Los hijos de Santo Domingo y Teresa de Jesús», Teresa de Jesús, 255 (2022) 4-8. (7).

[80] Santa Catalina de Siena, El Diálogo, Oraciones y Soliloquios, BAC n. 415, Madrid 1991, n. 120, 284.

[81] C 3, 5.

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