siervo de Dios Jerónimo Gracián

Investigación del carisma del carmelo descalzo

Beato Francisco Palau, maestro en el modo de combatir la mundanidad espiritual

Dirá el Papa Franciscola mundanidad se entiende donde está, y se destruye, solamente delante de la cruz del Señor” (MD 13.10.2017). “Hay una cosa que no tolera la mundanidad: el escándalo de la Cruz. No lo tolera. Y la única medicina contra el espíritu de mundanidad es Cristo muerto y resucitado por nosotros, escándalo y necedad (cfr. 1Cor 1,23)”. (MD 16.5.2020). El beato Francisco Palau puede profundizar estas convicciones del Papa Francisco.

La mundanidad como recordará el Papa Francisco «es un pecado sutil, es más que un pecado: es un estado pecaminoso del alma» (MD 5.3.2015). La mundanidad al afectar a muchos, es un cúmulo de pecados. Estos pueden formar como un muro entre Dios y el pueblo suplicante. Ello ya nos lo advierte Dios, por medio del profeta Isaías: “La mano del Señor no es tan débil que no pueda salvar, ni su oído tan duro que no pueda oír. No, son vuestras culpas las que os han separado de vuestro Dios; vuestros pecados ocultan su rostro, para que no os oiga” (Is 59, 1-2).

Este fue el gran descubrimiento del beato Francisco Palau en su constante búsqueda de cómo conseguir que Dios fuera misericordioso con la Iglesia en España. Al comunicar lo que había aprendido por medio del libro de Lucha del alma con Dios, lo convierte en un gran maestro de la oración de intercesión. La oración sola no basta para alcanzar de Dios su Misericordia, es preciso que vaya acompañada del sacrificio, y este no es otro que el sacrificio eucarístico. De este modo será también fiel a la tradición espiritual del Carmelo Teresiano, que considera necesario el binomio de oración-sacrificio, pero él lo presentará de forma original.

Este es el itinerario oracional que realizó el beato Francisco Palau, hasta descubrir una de las leyes de la oración de intercesión. La oración sola no basta para alcanzar de Dios su Misericordia, es preciso que vaya acompañada del sacrificio, y este no es otro que el sacrificio eucarístico. De este modo será también fiel a la tradición espiritual del Carmelo Teresiano, que considera necesario el binomio de oración-sacrificio, pero él lo presentará de forma original.

Ante el desastre que se fraguaba en la Iglesia en España en la primera mitad del s. XIX, por la persecución sistemática de los gobiernos liberales y la grave crisis interna que padecía la Iglesia. El beato Francisco Palau que vivía esta situación con extrema preocupación decía: “La Iglesia en España camina precipitadamente a su exterminio y sólo la oración puede salvarla. Sí, sólo la oración puede salvar del naufragio la Iglesia española” (Lu intro. 7). 

El beato Francisco Palau acudirá siempre a la Sagrada Escritura para encontrar luz en sus dudas e interrogantes. Con la lectura asidua de la Sagrada Escritura, llegará al convencimiento de que “es posible que sea tal la fe de un alma de oración, que ella sola desarme la justicia del Señor y abra los tesoros de sus inefables misericordias” (Lu III, IV, 25). En la Escritura descubre varios ejemplos de ello: Judit, Moisés, Jeremías, Ezequiel y ante todo Daniel.

A semejanza de Daniel, como ministro de la Iglesia, con mucha oración y lágrimas y ayunos pedía al Señor que mostrara su infinita misericordia hacia la Iglesia en España.

A pesar de que él oraba y muchos católicos de todo el mundo dirigían oraciones a Dios, por el bien de la Iglesia en España, secundando la petición de oraciones realizada por Gregorio XVI en 1842, que convocó un jubileo con indulgencia plenaria para que todos los que hiciesen públicas rogativas a favor de la Iglesia en España.  El beato Francisco Palau se preguntaba por qué, a pesar de las muchas oraciones que se dirigían a Dios a favor de la Iglesia en España, su situación era cada vez peor. 

Fortalecido por la oración, a partir de la lectura reflexiva del Antiguo Testamento, descubrió que no llegaban a Dios las oraciones que se le dirigían, porque a lo largo de su historia, los hijos de la Iglesia en España habían cometido muchos pecados, no se habían convertido y no habían ofrecido ninguna reparación por ellos. Estos pecados eran como una densa nube (cf. Lm 3,44), un muro entre Dios y el pueblo suplicante, que impedían que las oraciones de los fieles llegasen a Dios (Is 59,2). Para lograr que las oraciones del pueblo fiel llegasen hasta el trono de Dios era necesario primero que fuesen destruidos los pecados.

El P. Palau para alcanzar de Dios misericordia, encarnó con toda radicalidad toda la tradición orante de la Iglesia. Suplicaba la misericordia de Dios con oraciones, ayunos y una vida de extraordinaria penitencia, en cuevas y ermitas de Francia donde estaba exiliado. Se dio cuenta que por más ayunos y penitencias que hiciere, no alcanzarían de Dios que fueran borrados los pecados colectivos y de este modo la oración de los fieles llegara a Dios. Sólo el sacrificio de Jesús en la Eucaristía podía borrar todos estos pecados.

Por ello durante once años en la soledad de las cuevas y ermitas, después de discernir a la luz del Evangelio la vida de la Iglesia, reconocía con humildad los pecados colectivos, por haberse alejado de los caminos de la Iglesia. Decía a Dios: “Hemos pecado, Señor, […], hemos pecado nosotros, vuestros sacerdotes, vuestros prín­cipes y vuestro pueblo. Somos culpables en vuestra presen­cia […]. Por todo ello somos indignos de vuestra mise­ricordia pues que tanto hemos abusado de vuestra clemen­cia” (VS 7).

Pero el pecado nunca tiene la última palabra, por ello, con viva fe ofrecía en reparación de todos los pecados cometidos el sacrificio eucarístico, ya que éste tenía más valor ante Dios que todos los pecados que los hombres habían cometido y podían cometer.  

Impresiona la fe  que como sacerdote ofrecía el sacrificio eucarístico para alcanzar de Dios misericordia.

«Miradme, Dios mío, al pie de este altar. Mirad el carácter sacerdotal que tengo sobre mí: estas manos consagradas por el óleo santo y estos ornamentos sagrados, insignias reales de vuestro Unigénito, con que me ha revestido la Iglesia para presentarme, como su ministro plenipotencia­rio, delante de Vos. […]

Padre santo, vuestra Iglesia en España a causa de la multitud y gravedad de los pecados que cometen sus hijos se ve horriblemente azotada por vues­tra mano con el más horrendo de los castigos, cual es ser abandonada en poder de las sectas impías. Jesucristo y su Iglesia […],  me envían a Vos para que puesto en pie sobre la tarima de este altar, teniendo en mi mano izquierda el cáliz santo y en mi derecha el cuerpo sacrosanto de vues­tro Hijo con lágrimas, con suspiros y sollozos, con tesón, con fe viva y sin des­mayar nunca, os pida y reclame de Vos Padre de las misericordias y Dios omnipotente, el pronto triunfo de la Iglesia sobre todas las sectas impías. Me han hecho subir las gradas del altar para que con un grito que penetre los cie­los y con grandes gemidos clame sin cesar: Parce, Domine; parce populo tuo, […]  Os he representado sus apuros, sus afliccio­nes, sus deseos y su petición. Se me opuso por obstáculo los pecados de sus hijos. Con la virtud del sacrificio que, como sacerdote, os he ofrecido desa­pareció este obstáculo. ¿Qué falta, pues, Señor? ¿Acaso podéis negar lo que Jesucristo y su Iglesia, y yo en su nombre y como ministro suyo os he pedi­do y pido? Señor, para desatender mi súplica sería necesario que borraseis de mi alma el carácter sacerdotal que en ella habéis grabado, y sería menes­ter que me despojaseis de estos ornamentos sagrados de que, como minis­tro de Jesús y de su Iglesia, me veo revestido”[1].

Antes y después de ofrecer al Padre el valor infinito de la Eucaristía, implorabala intercesión de todos los ángeles y santos del cielo, en particular de la Virgen María y de san José, para que le ayudasen a lograr que Dios perdonase los pecados de los hijos de la Iglesia y mostrase su infinita misericordia, concediendo una gran efusión de su Espíritu Santo a la Iglesia.

Con este nodo de interceder el beato Francisco Palau colaboró de forma eminente a sacar los impedimentos para que las oraciones, que tan abundantemente el pueblo cristiano dirigía a Dios, llegasen a su presencia y fueran escuchadas. Y Dios mostró  su infinita misericordia con una gran efusión de su Espíritu, que no sólo renovó la Iglesia en España sino que benefició a la Iglesia universal.

 Vamos a exponer dos ejemplos, donde se muestra la eficacia de este modo de interceder, que nos enseña el beato Francisco Palau, para combatir la mundanidad espiritual. 

La conversión de Antoni Gaudí, arquitecto de Dios

Lucha del alma con Dios, es un manual de cómo interceder ante Dios por el bien de la Iglesia y de la humanidad, ante todo en situaciones críticas. Está escrito en forma de diálogo, en que el director espiritual instruye a su dirigida, en el arte de interceder ante Dios. Después de ofrecer con viva fe el valor infinito del cuerpo y sangre de Jesucristo en reparación de todos los pecados de los hijos de la Iglesia, y suplicar con vehemencia a la Virgen María, a san José, a los santos, a los ángeles y arcángeles, para que le acompañasen ante el tribunal de Dios, y Este sentenciara favorablemente, para que retirara de España el azote de las sectas de impiedad, pues denodadamente buscaban de forma eficaz la desaparición de la Iglesia en España. Al final del libro consigna cual es la petición concreta que el P. Palau recomendaba que se realizara ante el tribunal de Dios:

“Estando, pues, ¡oh Juez rectísimo!, satisfecha ya vuestra justicia por la virtud del sacrificio que en nombre del pueblo […] os he presentado en el cuerpo y sangre de Jesús, habiéndoos dado con él una paga plenísima y sobreabun­dante por todas las deudas que con ella hayamos podido contraer, y estando ya Vos del todo aplacado, ¿podréis pro­seguir aún en castigarnos? […] Si es posible, al disi­par las sectas de la impiedad y echarlas al abismo, reservad la persona del impío, convertidle, Señor, hacedle un buen católico y así quedará más plenamente disipada la impiedad, destruido el azote, y tendréis más piedras para reedificar vuestra Iglesia y brillará más vuestra gloria” (Lu V, 5-6).

Durante once años el beato Francisco Palau se dedicará casi exclusivamente a interceder de este modo en cuevas y ermitas. Es el mismo Espíritu quien lo mantendrá en esta sola misión, que finalizará en 1851, cuando tiene lugar el Concordato entre la Iglesia y el Estado español, poniéndose las bases para que la Iglesia en España se pueda reconstruir internamente y ser fecunda. Se le permite a las diócesis tener seminarios para la formación de sacerdotes, poder fundar institutos religiosos dedicados a la enseñanza y a la beneficencia….

El P. Palau finalizará su período de vida eremítica en el Montsant (Tarragona). Al año siguiente en 1852 y a pocos Km del Montsant, nació Antonio Gaudí. Este fue educado en la fe católica de niño, pero se hizo anticlerical en su juventud. Un obispo de su tierra, Mons. Joan Bautista Gil, lo contrató para que le construyera el palacio episcopal en Astorga. Cada tarde salía a pasear con él, y le ayudó a reencontrarse con la fe de su infancia, que Gaudí deseó vivirla en profundidad. Una vez regresó a Catalunya encontró buenos sacerdotes que le acompañaron espiritualmente y le ayudaron a descubrir la grandeza de la liturgia católica y a poner sus talentos al servicio de la fe. Antoni Gaudí en su madurez será un hombre de fe profunda y rica, que encontraba en los actos de culto una paz de espíritu que llenaba su vida, y que él querrá proyectar en su obra para que muchos la pudieran también experimentar. 

Al ser contratado Antoni Gaudí como arquitecto del incipiente  templo expiatorio de la Sagrada Familia de Barcelona, promovido por los devotos de san José,  dedicará el resto de su vida a la construcción de este templo, de este modo podrá servir a Dios a través de la arquitectura.

El objetivo de este templo es atraer a muchos a la fe, por ello en una sociedad secularizada, los misterios de la fe en imágenes de gran tamaño están en el externo del templo. En su interior el templo se caracteriza por su grandiosidad, sencillez y la esbeltez de formas, apta no solo para provocar la admiración y el estupor del visitante creyente o no, para llevarle a preguntarse por la existencia de Dios, y sentirse invitando a encontrarse con Él, sino también para celebrar la grandiosidad y la belleza de la liturgia católica. Esta fue visualizada con todo su esplendor el día de su consagración como basílica por el papa Benedicto XVI, era el 7 de noviembre de 2010, fiesta de litúrgica del beato Francisco Palau.

Quiso la Divina providencia unir el beato Francisco Palau con la consagración de la basílica de la Sagrada Familia, por ser fruto de la oración bien hecha bajo el impulso del Espíritu Santo. En Antonio Gaudí, se constata cuan eficaz fue la súplica perseverante del beato Francisco Palau a Dios a los impíos “convertidlos y haced de ellos unos celosos católi­cos, apostólicos, romanos, que con su penitencia y fervor os den más gloria que no os quitaron con su impiedad” (Lu V, 5-6).

 Restauración del Carmelo descalzo de España con los ideales apostólicos de Teresa 

El Carmelo descalzo en tiempo de Teresa se presentaba como observante, los que cumplían la Regla del Carmelo sin mitigación. Nicolás Doria toma estas palabras y este anhelo cuando accede al cargo de provincial, y les da otro sentido. Lo esencial no es la gloria de Dios y el bien y la salvación de las almas, lo esencial es la propia salvación de los frailes, es decir la mundanidad espiritual. Para conseguir este propósito, se cortará todo ideal apostólico y misionero y se reducirá a los frailes a vida claustral-monástica, se hará volver a los frailes que habían ido a misiones, o se les quitarán sus labores apostólicas. A las monjas se les quitará lo que de innovación les había legado santa Teresa de Jesús: libertad de elección de confesores, reelección de prioras que tuvieran dotes de gobierno… El objetivo es hacer desaparecer lo específico del carisma teresiano y la dimensión apostólica de los frailes.

Nicolás Doria, para conseguir su propósito, eliminará a los más allegados a santa Teresa (expulsará a Jerónimo Gracián de la Orden, encarcelará a María de san José…). Hará uso de los mismos medios que según la Biblia utiliza el espíritu del mal: la astucia (Gn 3,1), la mentira (Jn 8, 44).  El P. I. Moriones, en la defensa de su tesis doctoral, dijo: “Tenemos en santa Teresa un regalo extraordinario del Espíritu Santo a la Iglesia y en el P. Doria tenemos la respuesta, también extraordinaria, del demonio a ese carisma”. La Santa Sede liberó a los dos conventos de Italia de la dependencia de España. Serán la congregación italiana, de gran fecundidad. 

En la Congregación española hubo varios intentos de volver al teresianismo, pero estos nunca llegaron a cuajar, hasta que llegó la exclaustración de los religiosos en el s. XIX. Consideramos que solo pudo conseguir erradicar el dorismo del Carmelo descalzo español la oración cualificada del beato Francisco Palau. Él, con una lectura atenta de la Sagrada Escritura, como hemos visto, descubrió que los pecados colectivos son como un muro que impide que las oraciones lleguen a Dios (Cf. Lm 3, 44; Is 59, 1-2). Se propuso destruir este muro, reconociendo los pecados de los hijos del Carmelo y de toda la Iglesia, ofreciendo la Eucaristía en reparación de estos pecados e implorando la misericordia de Dios. Por los frutos podemos afirmar que el ofrecimiento constante de la sangre de Cristo en reparación de los pecados de los hijos del Carmelo y de toda la Iglesia llegó a romper el muro (de pecados) que impedía que la oración del Carmelo llegara a Dios.

Se experimentó de forma palpable la misericordia de Dios, en el vigor apostólico de unos jóvenes frailes carmelitas descalzos españoles, que, con la exclaustración, huyeron a Francia, e hicieron florecer el Carmelo. Luego fundaron un convento en Marquina (1868), donde ingresaron tantos frailes que hubo necesidad de fundar otros conventos, pero en España solo lo podía fundar la Congregación española.

El P. Manuel de Santa Teresa conventual de Marquina, trabajaba en ello, lo único que le movía, como el mismo confiesa “era la gloria de Dios, la extensión de la religión de Nuestra Madre y Señora del Carmelo. Para esto me parece que no había ni obstácu­los ni embarazos capaces de detenerme en la empresa, y así se hi­zo, […], no han faltado contratiempos, y sin embargo jamás he dudado ni un momento del éxito de nuestra empresa”.[2] Pero para llevar a término una tarea tan difícil y en un momento crítico, necesitó de los buenos servicios de un laico, el conde Gaytán. Después de laboriosas gestiones llevadas a término con decisión y perseverancia, se consiguió que la Santa Sede, con el breve Lectissimas Christi Turmas del 2.II.1875, suprimiera la Congregación española. La Orden de los frailes, a partir de entonces estaría regida por un General que residiría en Roma, las leyes que regirían los noviciados españoles serían las leyes italianas, y los supervivientes de la extinguida Congregación española podrían vivir en los conventos con tal que se sometieran a las Constituciones de Italia. Aquella planta que Dios no había plantado (la Congregación española de ideología doriana), fue arrancada de cuajo (cf. Mt 15, 13), gracias a la intervención decisiva de la Santa Sede.

La alegría que produjo esta decisión de la Santa Sede hacía escribir al P. Manuel al conde Gaytán: “Verdadera­mente es el caso de exclamar: Digitus Dei est hic”. Pues estaba convencido de haber conseguido algo grande, y de ahí su dicha: “De nuestro negocio, aunque estuviésemos hablando siempre, jamás con­cluiríamos porque es una materia tan alta y tan sublime que lengua humana es insuficiente para ponderarla como es debido. Basta decir que es obra de Dios. Así pues, no cesemos de bendecir al Señor que nos ha asistido con mano poderosa y si nosotros correspondemos continuará hasta concluirla. En mi nueva posición me encuentro tan dichoso que no ceso de bendecir a Su Majestad día y noche”[3]. En otra carta posterior le dirá: “to­do lo que se ha hecho solamente desde el año pasado es prodigio­so, estupendo, asombra, no cabe en el corazón humano, por fuerza tiene uno que gritar ‘Digitus Dei est hic’. No, el hombre no es ca­paz de obrar semejantes cosas. Dios solo obra estos prodigios. Gloria pues al Altísimo por los siglos de los siglos”[4]. Una relación manuscrita describe bien el ambiente misionero de aquellos primeros años de la restauración.

 “Escuchábamos continuamente en nuestros conventos de la recién restaurada y joven provincia de San Joaquín de Navarra pláticas y conversaciones sobre la importancia de la salvación de las almas; traían a menudo a colación la visión de la Santa Madre sobre las penas del infierno; para qué fin había establecido la Reforma….”[5]

A partir del convento de Marquina, tuvo lugar una fecundidad prodigiosa, en cincuenta años se restauraron las provincias de España, y en la primera mitad del siglo XX, se expandió por casi todos los países de América Latina, por diversos países de África, en la India.. Todas las provincias españolas del Carmelo Descalzo tenían casas en misiones sea en América, en África o Asia. Ello aconteció cuando solo se esperaba la extinción del Carmelo Descalzo en España.

Se había destituido y exiliado al P. Juan Roca por buscar unirse a la Congregación italiana para que los frailes pudieran dedicarse también a la enseñanza de la doctrina cristiana. En el siglo XIX, de Cataluña surgirá una saga de seis fundadores/as de congregaciones religiosas adheridas al Carmelo, dedicadas a la enseñanza, al servicio del necesitado, que se expandirán por todo el mundo.

La restauración del Carmelo descalzo en España que se inició en Marquina, vinculado a la Congregación italiana, y por ello lleno del espíritu apostólico de santa Teresa, se hizo patente que es inherente al carisma del Carmelo teresiano de frailes la dimensión apostólica y misionera.


[1] Lucha del alma con Dios, nota a V, 1, 84.

[2] Citado por el P. Julen Urkiza, O.C.D, “Marquina promotora de la unión de las dos congregaciones del carmelo (1873-1875)”, Revista Monte Carmelo, Vol 107/1 (1999) 195-241 (211).

[3] Ibid., 211. Correspondencia…, N. 503, carta de 7-VIII-1875.

[4] Ibid., 211. Correspondencia…, N. 504, carta de 20-VIII-1875.

[5] Citado por el Pedro Ortega, Historia del Carmelo Teresiano,  319.

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